El coche se sitúa en el control de salida, empieza la cuenta atrás: 3, 2, 1, el motor se acelera al mismo ritmo que el corazón del piloto. El comisario da la salida, el coche sale disparado y el copiloto empieza a gritar en una jerga que sólo entienden ellos.
El tramo discurre por parajes idílicos, pero no hay tiempo a fijarse en el paisaje. El ritmo es vertiginoso y el coche devora curva tras curva sin desfallecer. De vez en cuando aparece una curva muy cerrada abarrotada, el piloto balancea el coche y describe la curva en una derrapada controlada, los gritos del público se oyen incluso dentro del coche.
Hacen falta nervios de acero para llegar a toda velocidad a esa curva que casi se desdibuja por la marea humana y acelerar sin dudar donde la razón sugiere levantar el pie.
El copiloto describe la carretera, avisando con antelación de las distintas curvas y peculiaridades del tramo.
“…Derecha 3 ojo se cierra, para izquierda 2 no cortar, 100 izquierda 3 humedades…”
Piloto, copiloto y coche funcionan al unísono, y es en esos momentos de máxima concentración, cuando las cosas funcionan bien y el coche se comporta exactamente como quiere cuando más disfrutan los pilotos. El tiempo parece discurrir más despacio y el coche parece responder a la mente, trazando con precisión milimétrica.
Al llegar a la meta, tras quitarse el casco, y mientras el copiloto se encarga de los trámites burocráticos del control de llegada, lo único que le importa al piloto es saber su tiempo y sobre todo el que han hecho los demás. Busca con ansia el tiempo de sus rivales en la pizarra informativa.
Y es que al contrario que en las disciplinas de pista, donde el piloto siempre ve y controla a sus rivales, el piloto de rallyes se enfrenta sobre todo a sí mismo y al cronómetro.
Es, al finalizar un tramo cronometrado, al comparar su tiempo con los de los rivales cuando sabe si lo ha hecho bien o si sus competidores han sido más rápidos.
Esta característica hace únicos a los rallyes, el piloto sabe que no puede permitirse el lujo de relajarse o de fallar en la trazada de una curva, debe rendir al 100% siempre. Al no tener una referencia con sus rivales que le sirva para modular sus prestaciones, tiene claro que no se puede levantar el pie y que cualquier error por pequeño que sea le resta opciones en unas pruebas que en ocasiones se pueden ganar o perder por décimas de segundo.
Encontrar el ritmo adecuado no es fácil, ya que no sólo hay que correr, también hay que cuidar la mecánica o conservar los neumáticos para los siguientes tramos del bucle, en ese punto la labor del copiloto es vital, ya que puede marcar el ritmo al piloto, tan sólo modificando la entonación de las notas. El buen copiloto conoce a su piloto y sabe tanto cómo calmarlo cuando está muy acelerado o como aumentarle el ritmo cuando está relajado.
Todo ello es la esencia misma de este deporte, en el que se conjugan las habilidades al volante, con la fortaleza física y mental necesarias para resistir el esfuerzo realizado al límite en condiciones extremas durante varios días de competición. Un reto en la que entran factores como la fiabilidad mecánica, la pelea contra los elementos y los rivales en entornos naturales de gran belleza.
Es en este escenario donde tiene lugar la lucha contra el rival más duro: uno mismo.
Aquí te felicito por tu blog y por las fotos me encantan.
Soy de España
Muchas gracias 😉
animo burgo que un ano malo teno calquera.po ano aillas que dar a senrra